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El niño más rico de YouTube

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Escrito por Marketing

Ryan es un niño de 7 años, tiene un canal de YouTube y es el más rentable del mundo. Estamos hablando de 22 millones de euros como presupuesto y nada menos que del youtuber más rentable del momento, pese a su corta edad.

YouTube con estrellas infantiles

Los padres de Ryan le ofrecen juguetes. Él los abre delante de la cámara. Juega con ellos, los comenta, los analiza, los recomienda o los critica. No hay guión, no hay prejuicios, solo lo que Ryan opina de los juguetes que sus padres le ofrecen.

Originalmente eran sus padres los que adquirían los juguetes, pero ahora son las empresas las que los facilitan para que Ryan pueda descubrirlos y opinar sobre ellos. Cuando termina de disfrutarlos, se donan a ONGs.

Solo hay un requisito y es que Ryan no tiene ninguna condición sobre los mismos, ni ningún guión preescrito. Por tanto, las empresas deben dejar a su juicio cualquier criterio acerca del juguete que descubre y son sus reacciones, naturales y divertidas, las que llaman la atención de millones de seguidores.

No siempre ha sido igual. Al principio los padres de Ryan eran quienes le compraban los juguetes. El niño veía a otros youtubers y preguntaba a sus padres por qué él no podía tener su propio canal y sus padres le facilitaron uno. El éxito ha sido apabullante, nadie más ha conseguido en este sector ganar tanto dinero con sus vídeos.

Dilema ético del youtuber menor de edad

Ryan también representa el dilema ético existente entre los youtubers que son menores de edad. Sus padres han dejado su trabajo, se encargan de grabar vídeo, según ellos siempre que puedan fuera del horario escolar y, durante la semana, se responsabilizan del montaje y la posterior publicación.

El problema es que para algunos grupos se considera aprovechar el talento de los más pequeños, para ganar lucrativamente ingresos todos los meses.

Ryan supone por ello una fuente de ingresos que podría terminar abruptamente conforme pasan los años. ¿Qué pasará con su futuro? Eso es lo que mucha gente se pregunta y plantea como dilema ético, si no se ofrece una salida lógica y racional a la profesionalidad del pequeño.

Por otra parte, las empresas están apostando sin saber a ciencia cierta la reacción que el pequeño podrá tener acerca de sus juguetes. Si es negativa, ellos tendrán igualmente que abonar los productos y efectivos estipulados en el contrato, firmado con sus padres.

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